En aquella semana del Tigre en compañía de Walsh, una noche
nos entusiasmamos elogiando a Eva Perón. Desproporcionadamente, por ahí, pero
era la única manera que teníamos de disminuirlo a Perón y de conjurar su peso
histórico que entonces nos abrumaba. Algo parecido nos pasó con el Che: lo
elogiamos con fervor y sin matices; pero a Walsh y a mí, de pronto, también nos
pareció que nuestro entusiasmo era excesivo. Pero no contábamos en aquella
época con otra forma de ser reticentes con Fidel Castro. “¿Es un juego?” Walsh
me dijo que sí y se rió con acidez; y se largó a imaginar una pareja de Eva y
el Che. Aunque al final –ya iba amaneciendo y alguien nos llamaba desde el río–
sugirió que ese presunto casal hubiera resultado un asunto incestuoso.
David Viñas