El dios de los cristianos, Dios de mi infancia, no hace el amor. Quizás es el único dios que nunca ha hecho el amor, entre todos los dioses de todas las religiones de la historia humana. Cada vez que lo pienso, siento pena por él. Y entonces le perdono que haya sido mi superpapá castigador, jefe de policía del universo, y pienso que al fin y al cabo Dios también supo ser mi amigo en aquellos viejos tiempos, cuando yo creía en Él y creía que Él creía en mí. Entonces paro la oreja, entre la caída del sol y la caída de la noche, y me parece escuchar sus melancólicas confidencias.

Eduardo Galeano.

sábado, 19 de diciembre de 2009



Tenía los pies diminutos,
y, unos, ojos, color verde marihuana,

a los catorce fue reina del instituto,
el curso que repetí,
las del octavo derecha dijeron:
“otra que sale rana”,
cuando, en “Crónicas Marceianas”, la vieron
haciendo streap-tease.
En sus quimeras de porcelanosa
conquistaba a Al Pacino,
los de “el Rayo”… no éramos gran cosa
para su merced,
si, la chiquita de Mariquita Pérez,
tuviera un buen padrino,
los productores, que saben de mujeres,
le darían un papel.
Pezón de fresa, lengua de caramelo,
corazón de bromuro,

supervedette, puta de lujo, modelo,
estrella de culebrón,

había futuro, en las pupilas hambrientas
de los hombres maduros,
enamorarse, un poco más de la cuenta,
era una mala inversión.

Debutó de fulana de tal
en un vil melodrama,
con sus veinte minutos de fama
retiró a su mamá,
el guión le exigía, cada vez, más
escenas de cama,
todavía, por Vallecas, la llaman:
Barbi Superestar.
La noche antes de la noche de bodas
arrojó la toalla,
el novio, con un frac pasado de moda,
enviudó ante el altar,
mientras, Barbi, levitaba, en la Harley
de un chulo de playa,
que, entre el Tarot, Corto Maltés y Bob Marley,
le propuso abortar.

Al infierno se va por atajos,
jeringas, recetas.
Ayer, hecha un pingajo,
me dijo, en el “tigre” de un bar:

"¿dónde está la canción que me hiciste
cuándo eras poeta?"
“Terminaba tan triste
que nunca la pude empezar”.
Por esos labios, que sabian a puchero
de pensiones inmundas,
habría matado yo, que, cuando muero,
ya nunca es por amor.
Se masticaba, en los billares, que, el Rayo,
había bajado a segunda,
por la M-30, derrapaba el caballo
de la desilusión.
Debutó de fulana de tal
en un vil melodrama,
con sus veinte minutos de fama
retiró a su mamá,
el guión le exigía, cada vez, más
escenas de cama,
por Vallecas, ya nadie la llama:
Barbi Superestar.

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